La epidemia de cólera de 1885 en Don Benito
Juan Ángel Ruiz Rodríguez
1. El cólera morbo asiático
Durante el siglo XIX la Península Ibérica se verá afectada por una serie de epidemias (fiebre amarilla, paludismo y cólera) que, aunque no tuvieron la importancia mortífera de las acaecidas en los siglos anteriores, provocaron importantes crisis demográficas en algunas regiones del país y, como veremos, también en la localidad de Don Benito.
De esas epidemias, será la denominada cólera morbo asiático la que mayor mortalidad catastrófica produjo, convirtiéndose en la más devastadora en España durante el siglo XIX. Se trataba de una enfermedad infecto-contagiosa aguda, de rápida evolución, producida por una bacteria, que se manifestaba en forma de diarreas y vómitos, de tal forma que si no era tratada, en pocos días provocaba la muerte de la persona invadida.
En Don Benito se padecieron tres brotes de cólera en los años 1834, 1856 y 1885. De la primera invasión colérica no contamos con datos fidedignos acerca del número de fallecidos, mientras que en la de 1856 se contabilizaron 233 personas fallecidas por el cólera. Pues bien, de las tres epidemias que afectaron a Don Benito durante el siglo XIX, voy a referirme en este segundo número de la revista Lápiz 2.0 en la que aconteció en 1885, por ser la que mayor mortandad provocó en la localidad. Además, Don Benito fue la ciudad extremeña más afectada por la epidemia ya que el 87,3 por ciento de las muertes producidas por esta causa en toda Extremadura tuvieron lugar aquí.
2. El cólera de 1885 en Don Benito
A comienzos del verano de 1885 un nuevo brote de cólera, procedente del Levante español, se declaró varias zonas del país. Según se desprende de las opiniones de los profesionales sanitarios que actuaron en la localidad en aquellos momentos, el contagio masivo que tuvo lugar en Don Benito podría haberse originado porque un comerciante, procedente de la zona levantina, había lavado sus ropas infectadas en el río Ruecas. Este individuo se alojó dos noches en una casa de esta población y, tres días más tarde, el propietario de la vivienda fallecía por el cólera. La viuda reconocía haber lavado sus ropas junto con las del comerciante en el Ruecas lo que pudo motivar que la epidemia se expandiera. De hecho, al día siguiente fallecía otra lavandera que también lo hacía en el mismo río y otras que siguieron, casi todas mujeres que habían lavado las ropas en el Ruecas.
Como ya se conocía que el medio de propagación procedía de las ropas contaminadas, las autoridades provinciales recomendaron hervir todas las ropas antes de lavarlas, así como evitar utilizar o beber aguas de los ríos. Otra de las medidas tomadas consistió en evitar la aglomeración de personas en las pequeñas casas donde habitaban las clases más humildes. Para ello, se construyeron barracas para alojar a personas sin recursos, aunque todo el que pudo abandonó la ciudad.
La precariedad de los medios higiénicos-sanitarios de la localidad eran muy grandes y, por ello, era necesario seguir las instrucciones que la Junta Provincial de Sanidad publicaba en el Boletín Oficial de la Provincia para atajar, en la medida de lo posible, la incidencia de la enfermedad. Así, se recomendaba, entre otras cosas:
1º. La cocción de todos los alimentos a alta temperatura.
2º. Hervir el agua previamente y airearla antes de beberla y si es posible hacerla sufrir la misma operación a la que se destina al lavado de las ropas.
3º. El uso de las frutas procurarán que sea muy moderado eligiendo de entre ellas las de cáscara gruesa y de buena sazón.
4º. El lavado de las ropas debe hacerse separadamente y la de los enfermos desinfectarla y colarla antes de su lavado, siendo mucho mejor el fumigarlas y quemarlas. También deben proceder a la fumigación y desinfección de todas las habitaciones en las casas donde hubiese algún enfermo.
A pesar de los esfuerzos que se hicieron por parte del Ayuntamiento y de las medidas tomadas, lo cierto es que la epidemia terminó invadiendo la ciudad en los meses de julio y agosto. Una vez declarada la enfermedad, la primera necesidad era la de atender a los numerosos vecinos invadidos. Pero Don Benito contaba entonces con sólo cuatro médicos que, obviamente, eran muy pocos para el trabajo que había que desarrollar. Por ello, se solicitó al gobernador de la provincia que enviara facultativos, reuniéndose finalmente ocho. También fue de vital importancia en aquellos dramáticos días la colaboración prestada por los siete farmacéuticos locales que mantuvieron abiertos sus establecimientos las 24 horas del día, al tiempo que hicieron entrega de algunas medicinas de forma gratuita.
El primer caso mortal se producía el 10 de julio. Se trataba de Jacinto Cerrato González, un jornalero de 50 años, casado y domiciliado en la calle Segunda Cruz. El último óbito tuvo lugar el 9 de septiembre y la víctima fue una viuda de 58 años llamada María Andújar Ruiz, que vivía en la calle San Gregorio. La evolución diaria de la mortalidad por cólera, reflejada en el siguiente cuadro, muestra que el mes más castigado por la enfermedad fue julio con 427 defunciones, seguido de agosto con 107 y septiembre con sólo 3 fallecidos. En total, perdieron la vida a causa del cólera 537 vecinos de Don Benito.
La magnitud que la epidemia de cólera llegó a tener en Don Benito en los primeros días del mes julio provocó un estado de pánico general en toda la provincia. Los periódicos dedicaban cada vez más atención al asunto y desplazaban hasta aquí corresponsales para cubrir la noticia. He aquí lo que escribía, precisamente, el corresponsal del periódico El Avisador de Badajoz el 23 de julio de 1885:
“El cólera que hace unos días se ha presentado en nuestra provincia en el pueblo de Don Benito, se halla hasta ahora circunscrito a dicha población, sin que en ella vaya en aumento, a Dios gracias, los casos de la terrible enfermedad. El pánico sin embargo es grande. Los trabajos agrícolas se han paralizado y como consecuencia se dejan sentir el hambre y la miseria, viniendo a aumentar el conflicto”.
En aquellos momentos la localidad no contaba con ningún centro hospitalario para poder atender a los invadidos. Un vecino, Antonio González García, ofreció gratuitamente un establecimiento de su propiedad que hizo las veces de hospital en la calle Marisaavedra (actual Avenida de la Constitución). Hubo que adquirir todo lo necesario (ropas, menaje, camas, etc.) y al frente del mismo se pusieron las diecisiete Hermanas de la Caridad que también dieron asistencia domiciliaria. Como también fue muy importante la labor espiritual realizada por los seis curas que entonces había en la ciudad. Precisamente, una de las religiosas, Sor María Briz y Manzanedo, de 32 años, también falleció a causa del cólera.
Como se aprecia en gráfico, los días en que se produjeron un mayor número de defunciones fueron los comprendidos entre el 18 y el 31 de julio, destacando especialmente los días 23, 24, 25 y 26, en los que fallecieron 148 personas en sólo cuatro días, mientras que se superaron las cuarenta defunciones los días 23 y 25. Para albergar este elevado número de fallecidos fue necesario construir un nuevo cementerio, más alejado del núcleo de población, en cuyas obras y en la de un ramal de carretera de acceso invirtió el Ayuntamiento más de diez mil pesetas. Para hacernos una idea del coste, baste decir que se emplearon 4.950 jornales, de manera que se dio ocupación a todos aquellos operarios necesitados durante el tiempo que duró la epidemia.
Gráfico 1. Evolución diaria mortalidad cólera de 1885 en Don Benito
La incidencia de la mortalidad se cebó en la población más vulnerable como niños y ancianos, así como en la población jornalera, aunque afectó, prácticamente, a todos los sectores sociales y a todas las edades. Es de destacar la importancia cuantitativa de la mortalidad infantil, sobre todo, entre los niños menores de tres años, que alcanzó la cifra de 104 defunciones, casi un 20 por ciento del total de muertos que produjo la epidemia. La incidencia sobre la población infantil fue muy significativa pues, si tomamos en cuenta el tramo 0-10 años, comprobamos que fallecieron un total de 172 niños/as que representa un 32 por ciento de los fallecidos.
Cuadro 1. Mortalidad por edad y sexo
|
Edades |
Varones |
Mujeres |
Total |
% |
|
Menos de 3 años |
53 |
51 |
104 |
19,3 |
|
De 3 a 10 años |
33 |
35 |
68 |
12,7 |
|
De 11 a 20 años |
18 |
13 |
31 |
5,8 |
|
De 21 a 30 años |
19 |
32 |
51 |
9,5 |
|
De 31 a 40 años |
18 |
31 |
49 |
9,1 |
|
De 41 a 50 años |
28 |
34 |
62 |
11,5 |
|
De 51 a 60 años |
28 |
31 |
59 |
11,0 |
|
De 61 a 70 años |
30 |
36 |
66 |
12,3 |
|
Más de 70 años |
20 |
27 |
47 |
8,8 |
|
Total |
247 |
290 |
537 |
100,0 |
En cuanto a la mortalidad por sexos, hay que decir que fallecieron 247 varones frente a 290 mujeres, circunstancia ésta que se había repetido en otros momentos epidémicos y que era algo común en todas las localidades infectadas de cólera. Especialmente significativo fue la mayor mortalidad femenina en los tramos de edad entre los 20 y los 40 años.
Como podemos
apreciar en el gráfico siguiente, la epidemia de cólera tuvo mayor incidencia
en la población infantil y adolescente (0-15 años), produciendo un 34,6 por
ciento de los fallecimientos. También se vio muy afectada la población adulta y
los ancianos, pues a partir de 45 años el porcentaje de fallecidos aumenta
hasta el 35,2 por ciento.
Gráfico 2. Fallecimientos por tramos de edad
En cuanto a la distribución geográfica hemos de afirmar que la epidemia afectó a todos los barrios y calles de la localidad, aunque la incidencia fue desigual desde el punto de vista cuantitativo, al afectar más a los barrios donde predominaba la población más humilde. No obstante, como hemos apuntado, también el cólera afectó a vecinos de bien posicionados socialmente y recursos suficientes. Son los casos de D. Vicente Cámara Soriano, Dª María Antonia Fernández-Trejo Soto; D. José Hidalgo-Barquero, su esposa Dª Nieves Alguacil-Carrasco y sus hijos Diego, Ana María, Antonia y María Josefa, por poner algunos ejemplos.
De los cuatro distritos parroquiales en los que se dividía la ciudad, será en el denominado Pósito el que registre una mayor mortalidad con 189 defunciones, seguido del distrito de San Sebastián con 143 y Casas Consistoriales con 106. El distrito donde menos víctimas mortales se registraron fue en el del Convento con 93 defunciones. Las calles donde fallecieron más personas fueron las siguientes: Cañón (28 muertos); Ancha (21); Segundo Palomar (17); Morales (17); Luna (15); Vistahermosa (15); Cantarranas (13); Carchenilla (12); Pedrera (12); Cruces (11); Primera Cruz (11); Segunda Cruz (11); Montera (10); Primer Palomar (10); Segunda Cuesta (10); Mártires (9); San Sebastián (9); Espolón (8); Don Llorente (8); Buenavista (7); Pajaritos (6); Miguel Arias (6), etc.
El número de personas invadidas por la epidemia ascendió a 912. Más de medio centenar de ellas precisaron asistencia médica en sus propios domicilios, con lo que el trabajo de los ocho médicos fue digno de destacar. Entre otros datos aportados por el Ayuntamiento, durante el tiempo que duró la enfermedad se repartieron 20.474 panes entre los vecinos más necesitados. Según datos oficiales, los gastos ascendieron a 38.423 pesetas. Con esta cantidad se atendió al pago de médicos y auxiliares, medicamentos, desinfectantes, mantenimiento del hospital, construcción de barracas, alimentos, conducción de cadáveres y jornales, entre otros conceptos.
Buena parte de los ingresos, aparte de los recursos económicos aportados por el Ayuntamiento, procedieron de los donativos y anticipos realizados por muchos vecinos. Entre los más generosos encontramos a Antonio Cabezas Manzanedo, viudo de Doña Consuelo Torre Isunza, quien donó 2.500 pesetas; José de Granda y Campos (1.000); Pedro Valadés Quintana (800); Fernando Quirós (800); viuda de Alonso Gómez Valadés (800); Santiago Solo de Zaldívar (800), etc. Otras personas también aportaron su trabajo y tiempo para combatir la epidemia: miembros de la Guardia Civil y de la Guardia municipal, así como serenos, alguaciles, empleados del propio Ayuntamiento, vigilantes, notarios, etc. Pero, seguramente, haya que destacar la arriesgada labor que llevaron a cabo los médicos que ejercieron su profesión en Don Benito durante la invasión de cólera. Por tal motivo, el Ayuntamiento, presidido por Diego Fernández Calderón, como muestra de reconocimiento, acordó concederles una gratificación económica: a D. Regino de Miguel Guerra y a D. Eladio Calero, 25 pesetas diarias a cada uno; a D. Constantino García Bordallo y D. Ramón de la Puente, 625 pesetas a cada uno; y a cada uno de los médicos titulares de la localidad que lo eran D. Constantino Álvarez Muñoz, D. Pedro García Carrasco, D. Juan Antonio Solo de Zaldívar y D. Ubaldo Álvarez Riego, 375 pesetas.