LA MESTA Y DON BENITO. HISTORIA DE UN DESENCUENTRO
En la segunda mitad del siglo XVIII Don Benito, como toda Extremadura, experimenta un notable crecimiento poblacional, algo superior al 26%, que hizo que a la altura de 1787 el Censo de Floridablanca asignara a la localidad un total de 8.197 habitantes, convirtiéndose, de este modo, en la segunda población de Extremadura. Además, por esas mismas fechas, sobresalía el alto porcentaje de población dedicado al sector primario, ya que, sobre un total de 937 activos, 806 pertenecían a dicho sector económico.
Desde las últimas décadas de la centuria del Setecientos, comenzó a manifestarse en Don Benito el conflicto entre una población en aumento y la falta de tierras para labrar que, como hemos podido documentar, suponía un importante freno para su desarrollo. De hecho, las fuentes primarias, especialmente de los protocolos notariales, nos han permitido calibrar la importancia de la protesta campesina ante lo que consideraban excesivos privilegios que gozaban los ganados mesteños, principalmente trashumantes.
Una de las principales razones que desde las autoridades locales, y los mismos labradores, pusieron de manifiesto para justificar esa falta de tierras estaba relacionada con el aprovechamiento ganadero de la mayor parte del término municipal dombenitense. La presencia secular de ganados trashumantes en esta zona entrará en conflicto con los labradores locales y, en menor medida, con los aparceros y braceros, muy numerosos en Don Benito.
El término de Don Benito, que actualmente ocupa la novena posición en Extremadura por extensión y no es el “pueblo más grande” como algunos tópicos han repetido insistentemente, se caracterizó en el pasado por la presencia de la gran propiedad adehesada que era aprovechada, casi en su totalidad, por las numerosas cabañas merinas trashumantes que, año tras año, “invernaban” en los pastos de las vegas del Guadiana. El aprovechamiento de las “yerbas de invierno” comprendía el período que iba desde San Miguel, 29 de septiembre, hasta San Marcos, 25 de abril, aunque en algunos contratos de arrendamiento se alargaba el período de disfrute de los pastos con el llamado “veranadero” o “yerbas de verano”, hasta mediados de junio.
Buena prueba de esto que decimos es que, a mediados del siglo XVIII, el 91,8% del término dombenitense era aprovechado de manera exclusiva por los ganados trashumantes pertenecientes, en su mayoría, a los hermanos del Honrado Concejo de la Mesta. Así pues, la presencia de los mesteños en estas tierras ha sido una realidad muy vinculada a su historia. Otra cosa es lo que esa presencia supuso para el desarrollo de la localidad.
Y es que, culpar de la falta de tierras labrantías a la dedicación eminentemente ganadera del término, así como de los excesivos privilegios mesteños, entre ellos los de posesión, tasa y paso, fue la tónica general en los escritos que los labradores y autoridades locales dirigieron al Consejo de Castilla, como también lo hizo el propio José Moñino, fiscal que intervino en el Memorial Ajustado, que achacaba a los trashumantes “todo el mal que se experimenta”. Queremos decir con ello que el conflicto entre labradores y mesteños va a estar presente en la historia de Don Benito desde bien temprano.
El mejor testimonio que tenemos para conocer la decadencia en la que se encontraba Extremadura a finales del Antiguo Régimen es el Memorial Ajustado entre el diputado extremeño Vicente Paíno y el Honrado Concejo de la Mesta. En ese documento se recogen las denuncias presentadas por las autoridades de la provincia, entre ellas, las del alcalde mayor de Don Benito, quien denunció ante el Consejo de Castilla la falta de tierras para labrar a causa de la presencia mesteña. En aquellos momentos, segunda mitad del siglo XVIII, en Don Benito había propietarios de 550 yuntas que solamente conseguían labrar anualmente algo más de 2.000 fanegas de tierra, muy lejos de las 5.500 fanegas que serían necesarias.
Aunque se dieron algunos tímidos intentos de solución, habrá que esperar hasta 1793 para ver cumplida, en parte, la pretensión de los labradores. El Real Decreto de 28 de abril fue promulgado con el claro objetivo de paliar la decadencia en la que se encontraba la provincia de Extremadura. Además, se ponía de parte de los labradores en el secular conflicto con los ganaderos mesteños, por cuanto su puesta en marcha supuso una limitación de sus abusivos privilegios y, a la larga, significó que una buena parte de las dehesas del término de Don Benito que estaban reservadas para al aprovechamiento pecuario comenzaran a ser labradas, ya que el citado decreto declaraba que todas las dehesas de Extremadura eran de pasto y labor. De esta manera, el Ayuntamiento de Don Benito, a través de un bando, instaba a las personas interesadas en labrar tierras que se presentasen ante el escribano. El resultado fue que en la localidad existían 194 propietarios de yuntas mayores, 420 propietarios de yuntas menores, 382 pegujaleros con un jumento como único bien, además de jornaleros, senareros, etc., que no disponían de suficientes tierras.
Para paliar algo la triste situación en la que muchos labradores se encontraban, se acordó conceder ocho fanegas de tierra a los propietarios de yuntas mayores y cuatro fanegas a los de yuntas menores, saliendo beneficiados casi 900 vecinos y repartiéndose unas 3.000 fanegas de tierras en diferentes dehesas del término, antes aprovechadas exclusivamente para pasto, como eran, por ejemplo: Ahijón de Contreras, Ahijón de Sanabria, Alisedas, Cañahejoso, Casa Campos, Casita de Remondo, Don Rodriguillo, La Redondilla, La Veguilla o Las Habillas, entre otras.
A partir de este momento se puede afirmar que la localidad de Don Benito experimentó un fuerte crecimiento demográfico y económico, hasta el punto de convertirse, en el primer tercio del siglo XIX en la localidad más populosa de Extremadura.
Está suficientemente probado, al menos para el caso de Don Benito, que la presencia mesteña supuso un importante freno en el desarrollo de esta población, hasta el punto de que con la desaparición de los privilegios mesteños los pequeños labradores vieron mejorar sus pésimas condiciones de vida. Por otro lado, la aplicación del decreto de abril de 1793 también traerá como consecuencia la introducción de ciertos cambios, tanto en el uso como en el aprovechamiento del terrazgo. Así, se producirá una importante transformación del paisaje agrario, que desembocará en un aumento de la producción agrícola. Del mismo modo, no podemos dejar de destacar la importante reducción de la presencia de los rebaños trashumantes, así como un moderado incremento de los ganaderos estantes, sin olvidar los beneficios sociales. Pensamos que, desde esta fecha, el campo extremeño entró en una etapa de dinamismo, de vitalidad, de grandes enfrentamientos sociales que contrastan claramente con el inmovilismo anterior. En el caso concreto de la villa de Don Benito estamos convencidos de que su despegue demográfico e importancia en el contexto regional le vendrá dado por la mejora experimentada en el sector agrícola a partir de la puesta en marcha del citado decreto.
Por ello, desde nuestro punto de vista, el que la comisión de “expertos” encargada de proponer el nombre de la nueva ciudad resultante de la fusión de Don Benito y Villanueva de la Serena haya sugerido el nombre de “Las Mestas del Guadiana”, justificando dicha decisión en razones históricas relacionadas con la ganadería trashumante, no se ajusta mucho a la realidad; al menos, de Don Benito. Otra cosa es que justifiquen “Las Mestas” con la acepción contemplada en el DRAE como “aguas reunidas de varias corrientes”, que, supongo, nada tiene que ver con la trashumancia.
De todos es sabido que la trashumancia estuvo muy unida a la historia de Extremadura en general y de Don Benito en particular. De hecho, son numerosísimos los documentos que nos hablan de la presencia de ovejas merinas trashumantes en el término de Don Benito desde la Edad Media, pero consideramos que eso no es argumento bastante.
Si, finalmente, se decide por poner ese nombre, estaríamos haciendo un guiño histórico a una institución, La Mesta, que fue la culpable de los males que sufrió la localidad y gran parte de Extremadura durante la Edad Moderna, aunque no la única. Hubo también otros factores, como la concentración y el desigual reparto de la tierra, así como los intereses de las oligarquías locales que la mantuvieron en ese estado de postración económica. Pero lo que está claro es que la presencia mesteña en tierras dombenitenses, que está suficientemente documentada, no sirvió nada más que para beneficio de unos cuantos poderosos ganaderos en detrimento de cientos de pequeños labradores y jornaleros de Don Benito que malvivían mientras las ovejas merinas disfrutaban de los feraces pastos de las vegas del Guadiana. De hecho, la fundación de Santa Amalia, en 1827, por un centenar de labradores vecinos de Don Benito viene a ser un capítulo más en la larga lucha por la tierra entre labradores y ganaderos en esta sociedad atrasada, rural y caciquil que era Don Benito hasta no hace tanto tiempo.
Juan Ángel Ruiz Rodríguez