La fragua de Ramón, ubicada en un pueblecito extremeño, era el lugar de encuentro de los vecinos. Un espacio donde tenían cabida el debate y las opiniones diversas. Este blog, como entonces la fragua de mi abuelo, es un lugar para compartir ideas, recordar acontecimientos y dar a conocer eventos pero, sobre todo, un espacio en el que la historia es la gran protagonista.

jueves, 25 de agosto de 2022

Fructuoso Retamar Olivas, marqués de Valdelapeña

 En la historia de los pueblos suelen figurar personas que dejaron su huella y tuvieron un papel relevante a lo largo de sus vidas, ya sea en el plano político, cultural, militar o religioso. En Guareña, son bien conocidos los renombrados Luis Chamizo, Eugenio Frutos, José María Mancha o de Ángel Braulio Ducasse. Otros personajes, sin embargo, son menos populares, permaneciendo en el olvido, por lo que sería interesante abordar futuras investigaciones con el fin de dar visibilidad a estos hombres y mujeres de Guareña que, de una manera u otra, tuvieron una especial relevancia en el tiempo que les tocó vivir. 

Entre esos personajes menos conocidos figuran hombres que ocuparon cargos tanto en la política local como nacional. Estamos pensando, por ejemplo, en esa saga de políticos guareñenses que formaron los Dorado (Manuel Dorado Retamar, Francisco Dorado López de Zárate y Manuel Dorado Pizarro) de los que quedan muchos aspectos por revelar y que próximamente serán objeto de un estudio en profundidad. Como también conocemos muy pocas cosas de aquellos otros vecinos, muchos de ellos anónimos, que según cuentan algunas crónicas, fueron protagonistas en mil batallas y que junto con sus nombres recuerdan siempre su lugar de procedencia. En este grupo estarían los que en el siglo XIV, durante la llamada reconquista cristiana, participaron en la Batalla del Salado en 1340; o los que en el siglo XVI fueron protagonistas en la colonización de América; como también los que, según algunos autores, el 7 de octubre de 1571 fueron testigos directos en la Batalla de Lepanto; los que a principios del siglo XVIII formaron parte activa en el ejército real durante la Guerra de Sucesión al trono español; o ese centenar de hombres que tuvieron que alistarse en el Ejército de Extremadura para luchar contra los franceses durante la Guerra de la Independencia entre 1808 y 1814.

Precisamente, el personaje que hoy traemos a estas páginas tuvo especial protagonismo en el contexto de la guerra contra los franceses. Esa persona es Fructuoso Retamar Olivas, un rico propietario agrario, abogado de profesión, que tuvo un destacado papel en tiempos de la Guerra de la Independencia. 

 Origen y familia

Fructuoso Retamar Olivas (en algunos documentos figura el primer apellido como Retamal) nació en Guareña y fue bautizado el 28 de enero de 1755. Era hijo de Melchor Javier Retamal y de María Montero Olivas, quienes habían contraído matrimonio en Guareña en 1748. Sus abuelos paternos fueron Melchor Asensio de Llanos Retamal y Francisca Cortés. Los maternos fueron Manuel Montero y María Olivas Francés. Todos naturales y vecinos de Guareña.

Poco conocemos de su infancia y juventud. Lo que sí sabemos es que en junio de 1774 alcanzó el grado de Bachiller en la Universidad de Valladolid y que, en abril de 1778, solicitaba licencia para presentarse a los exámenes de abogado. Contaba con 23 años.  Dos años más tarde, el 2 de diciembre de 1780, Fructuoso Retamar casó en Guareña con María Eusebia Carrasco Malfeito, hija de Juan Francisco Carrasco Morales y de Juana Malfeito Davalos, quienes fueron padres de cinco hijos: Plácido, Juan Lucas, Manuel, Valentina y Francisca Retamar Carrasco.

Como dato curioso hemos de referirnos a la circunstancia de que tres hijos de Fructuoso Retamar y María Eusebia Carrasco contrajeron matrimonio con tres hijos procedentes de una acomodada familia de labradores dombenitenses con vínculos de parentesco con gentes de Guareña: los Dorado Cortés.

Efectivamente, el dombenitense Roque Dorado Barreda casó en 1788 con María Concepción Cortés de la Rocha, natural de Guareña. Pues bien, un hijo (Miguel) y dos hijas (Joaquina y Antonia), casaron con una hija (Francisca) y dos hijos (Plácido y Juan Lucas) de Fructuoso Retamar y de María Eusebia Carrasco. Se da la circunstancia, además, que la boda de Joaquina con Plácido y de Antonia con Juan Lucas tuvo lugar el mismo día en 1811. Esto hizo que los Dorado de Don Benito y los Retamar de Guareña establecieran desde entonces unos estrechos vínculos familiares. La política matrimonial así planteada buscaba, sin duda, dos objetivos principales: consolidar el estatus familiar y establecer nuevas redes de poder.

Fructuoso Retamar y Valdelapeña

En febrero de 1794, el presbítero vecino de Valdetorres Domingo Montero Olivas, natural de Guareña y cuñado de Fructuoso Retamar, solicitaba permiso para desmontar, limpiar y roturar algo más de 43 fanegas de tierra en el baldío de Valdelapeña, “por ser montuoso y lleno de asperezas”. Montero demostró, mediante escrituras, que había adquirido en esa zona ocho rozas a varios particulares por un importe de 3.450 reales, aunque en el terreno deslindado también había dos rozas de propiedad particular. Una vez transcurridos quince años desde la concesión debía Montero comenzar a pagar anualmente al fondo de propios de Guareña la renta estipulada.

Fructuoso Retamar Olivas, en quien recayó como heredero legítimo de Domingo Montero Olivas el baldío de Valdelapeña, solicitaba en 1803, una prórroga en el plazo de diez años que dicho Decreto contemplaba para descuajar el terreno y que cumplía en 1804, debido, según las razones esgrimidas por Francisco Retamar, a las dificultades encontradas en dicho baldío por lo “intransitable, montuosidad de chaparros y otros arbustos que allí había”.  A partir de 1809 debía comenzar el pago del canon perpetuo de 8.003 reales que Fructuoso Retamar debía pagar anualmente a los propios de Guareña.

De esta manera, Fructuoso Retamar fue configurando un notable patrimonio rústico que había comenzado a forjar unos años antes, en 1799, cuando adquirió la dehesa Colmenarejo al marqués de Bélgida y Mondéjar.

La Guerra de la Independencia

Pero cuando el protagonismo de Fructuoso Retamar adquiere mayor relevancia pública es con ocasión de resultar elegido diputado por el partido de Mérida, al que entonces pertenecía Guareña, y vocal de la Junta de Badajoz. Tomó parte en la comisión de Hacienda y en otra encargada de buscar recursos para la guerra, destacando en este sentido la comisión que llevó a cabo en Lisboa para obtener fondos con que financiar la guerra. Además, costeó tropas a su cargo y, según algunas crónicas, su casa fue demolida por orden de un general francés.

Como se recordará, el Motín de Aranjuez de marzo de 1808 marcó el inicio de un periodo convulso de nuestra historia contemporánea. Daba comienzo la Guerra de la Independencia frente a la invasión napoleónica. Muy pronto, el 6 de mayo, se conocía en Guareña el contenido del llamado bando del alcalde de Móstoles, en el que se informaba del derramamiento de sangre que se estaba produciendo en la capital. Ese mismo día, el Ayuntamiento consiguió alistar a 107 jóvenes para la guerra. Al año siguiente, una nueva Orden mandaba realizar un nuevo alistamiento de mozos, con lo que la cifra de hombres que Guareña aportó al ejército en dos primeros años de guerra ascendía a 179.

Durante los primeros meses de la guerra, ante el vacío de poder existente tras las abdicaciones de Bayona y el nombramiento de José I como rey de España, la Junta Suprema de Extremadura fue la principal institución política de la región. Y en ese contexto la figura de Retamar aparece con gran protagonismo. De hecho, en noviembre de 1808 la Junta de Extremadura concedía a algunos de sus miembros determinados honores y distinciones “en consideración a los méritos y servicios que han contraído en las actuales circunstancias”. Entre las personas que fueron objeto de reconocimiento y condecoración estaba Fructuoso Retamar, a quien se le otorgó el título de marqués de Valdelapeña, aunque finalmente no lo aceptó. Esta distinción venía motivada tanto por las comisiones en las que participó como por los suministros dados al ejército.

Los pueblos extremeños se vieron seriamente afectados por los efectos de la Guerra de la Independencia. La presencia de ambos ejércitos, el francés y el español, en estas tierras trajo consigo acciones de saqueo, destrucción y violencia. Las continuas peticiones de suministros para el ejército español y las exacciones del francés, sumieron a las economías locales en una profunda crisis de liquidez. El recurso al empréstito y a las donaciones de particulares se convirtieron en medidas muy utilizadas por las autoridades locales durante toda la guerra. Pero, además, fue necesaria la enajenación de parte del patrimonio rústico municipal como medio de hacer frente a los gastos por suministros, algo que en Guareña aparecerá desde muy temprano.

Y es que ante la permanente falta de suministros bastantes pueblos optaran por vender parte de las tierras municipales. Las crecientes cargas que pesaban sobre las corporaciones locales hicieron que las autoridades municipales pusieran en marcha expedientes extraordinarios para recaudar fondos. Y en esa realidad, de creciente necesidad financiera, muchos fueron los que fijaron su mirada en los patrimonios comunales de los pueblos, formados, principalmente, por dehesas boyales y baldíos, así como por los bienes de propios, que eran aquellos terrenos públicos que el Ayuntamiento solía arrendar y con cuyo rendimiento hacía frente a los gastos ordinarios y extraordinarios del municipio.

Pues bien, en este contexto de necesidad y permanente endeudamiento por parte de las corporaciones locales, la Junta Provincial de Badajoz publicó una Orden en abril de 1810 para la enajenación y cercamiento de la mitad de los baldíos y tercera parte de los propios más próximos a los pueblos. Pues, precisamente, la firma del acuerdo de la Junta Provincial de Badajoz lleva la firma de Fructuoso Retamar, con lo que se demuestra su papel activo y su protagonismo durante estos años.

Esta decisión de vender tierras municipales, sin embargo, no fue bien vista por todos los políticos del momento, generándose intensos debates parlamentarios. En las Cortes de Cádiz, por ejemplo, algunos diputados, como el cacereño Antonio Oliveros, consideraba que las ventas de esas tierras conllevaban una serie de ventajas para los pueblos. Otros, sin embargo, como José María Calatrava o Diego Muñoz Torrero consideraban que las ventas solamente beneficiarían a los poderosos y perjudicaría a los vecinos más modestos.

En Guareña se nombró a Jerónimo Marco, brigadier de los ejércitos, comisionado para la venta de los terrenos baldíos y de propios. A principios de agosto de 1810, el alcalde provisional Miguel Silos Cortés recibía la Orden de la Junta de Extremadura para la venta de los terrenos públicos. Anteriormente, el Ayuntamiento de Guareña había enajenado en el mes de junio 45,5 fanegas de tierra en los ejidos ansareros y en suertes de labor de la dehesa boyal para hacer frente a la cantidad de 50.150 reales con que había sido cargada la localidad por las tropas francesas acantonadas en Mérida.

Según las certificaciones dadas por los peritos, en Guareña los bienes de propios tenían una extensión de 2.020 fanegas, por lo que correspondían separar y tasar 673,5 fanegas, que suponían la tercera parte. Esta extensión de terreno se situaba en la dehesa boyal de Abajo y fue tasado en 241.975 reales. Los baldíos existentes en el término de Guareña, por su parte, ocupaban una superficie de 3.149 fanegas, con lo que resultaban para la venta 1.709 fanegas de tierra, que fueron tasadas en 506.800 reales. Esas tierras baldías se localizaban en las dehesas Carrascal, Valdigüelo y La Cañada.

En octubre de 1810 la Junta de Propios de Guareña comunicaba a la Suprema de la provincia acerca del suministro hecho por los compradores de tierras a las tropas españolas. Según certificaba el escribano del Ayuntamiento, se habían entregado 640 fanegas de trigo; 85,25 de cebada; 117,5 de avena; 3 de habas; 10 de lienzo… 6 reses vacunas y casi 6.000 reales en metálico. De la misma forma que en otros pueblos de Extremadura, en Guareña fueron unos sesenta vecinos los que se hicieron con 387 fanegas de tierra en suertes de seis fanegas de media, en atención a los suministros hechos al ejército. Es decir, todas aquellas personas que habían hecho algún tipo de anticipo durante la guerra fueron compensados posteriormente con tierras municipales.

La Guerra de la Independencia, entre otras cosas, supuso un duro golpe para el patrimonio rústico municipal. El esfuerzo bélico fue tremendo, lo que obligó a los Ayuntamientos a buscar fondos por todos lados. Las enajenaciones llevadas a cabo estuvieron relacionadas con las necesidades económicas que provocó el conflicto bélico. Y así, poco tiempo después, en Guareña la Junta de Propios procedió en 1813 a entregar a dos vecinos 164 fanegas en el baldío de La Cañada en atención al préstamo recibido de 37.800 reales por suministros.

Por su parte, en febrero de 1811, Fructuoso Retamar solicitaba a la Junta de Extremadura el reintegro de 6.000 fanegas de trigo que había entregado para el suministro del ejército a principios de 1810. Como era conocedor de las dificultades que había para proceder a su reintegro, solicitaba que le fueran tasados dichos granos y su valor se le entregara en tierras de propiedad municipal. La Junta acordó tasar cada fanega de trigo en 50 reales, que era el precio corriente en la época en que fueron entregadas para la subsistencia de los ejércitos, de tal manera que el total ascendía a 300.000 reales.

Se trata, en definitiva, de una desamortización que benefició a labradores acomodados. Como hemos visto, las personas más adineradas de los pueblos daban, con carácter de urgencia, sumas de dinero para financiar la guerra. Luego se quedaron con parte de los bienes municipales para resarcirse de los préstamos efectuados. Lo que sí está claro es que la guerra supuso el inicio de un largo proceso de pérdida de patrimonio rústico municipal.

Fallecimiento

Fructuoso Retamar falleció el 1 de mayo de 1826, sin testar, a los 71 años. Sus hijos dispusieron que el día de su entierro se le cantase una misa con diáconos y tres vigilias y que todos los sacerdotes celebrasen misa rezada de cuerpo presente, repitiéndose estos mismos oficios en el día de su cabo de año. Encargaron por su alma cien misas de colecturía. Nombró por sus únicos y universales herederos a los cuatro hijos que vivían: Plácido, Juan Lucas, Valentina y Francisca Retamar Carrasco. Se enterró en el primer cuerpo de la iglesia con la siguiente inscripción: “Aquí yace don Fructuoso Retamar y Olivas. Fue sepultado en 1º de mayo de 1826 su hija doña Valentina le fabricó á su costa esta losa”.

Como dato curioso hemos de significar que el enterramiento de Fructuoso Retamar en el primer cuerpo de la iglesia contravenía la orden dada a primeros de abril de 1787 por Carlos III, por la que se prohibía el enterramiento en lugares sacros y obligaba a que se hicieran en cementerios alejados de los pueblos, aunque es verdad que se tardó bastante tiempo en que la norma se aplicara. De hecho, Carlos IV tuvo que expedir otra orden en el mismo sentido, aunque poco se consiguió, ya que la tradición pesaba más que los motivos sanitarios esgrimidos por el legislador. No obstante, pasados unos años, la costumbre de dar sepultura en las iglesias se reservó para casos muy particulares, como el que nos ocupa. Como dato anecdótico podemos aportar que el primer enterramiento que se hizo en el cementerio de Guareña fue el 25 de julio de 1820. Ese día falleció Matías de Lemus, casado con Juana Mancha, que vivía en el altozano del Pozo Dulce.

Como se sabe, inicialmente la inhumación se llevaba a cabo en el atrio, aunque luego se trasladó al interior de la iglesia. Era habitual que toda la planta del templo se dedicase a espacio para enterramientos. La distribución se hacía mediante lo que se conoce como “rompimiento espacial de la nave”; es decir, dependiendo de la posición social del finado se enterraba en una u otra parte de la nave central. La iglesia de Guareña se dividió en tres tramos y en el primero era donde se enterraban las personas más pudientes, como fue el caso de Fructuoso Retamar Olivas, que pudo, pero no quiso, disfrutar del título de marqués de Valdelapeña.

Artículo publicado en la revista de Feria de Guareña de agosto de 2022